En la obra de Dios, hay personas que no trabajan, pero dan trabajo.
Hay quienes solo sirven donde les gusta y solo hacen lo que les agrada.
Así como hay quienes ayudan tanto que necesitamos pedirles que bajen un poco el ritmo, también hay quienes necesitan ser animados a salir de la comodidad.
Por supuesto, aquellos que más se presentan, son los más considerados, y son los que más crecen y se vuelven más experimentados.
Hablando de esto, terminamos una meditación sobre Epafrodito, ¡y cuántas lecciones!
Confieso que nunca había pensado tanto en él. Un hombre sin título ni posición importante en la Iglesia Primitiva, pero un ser humano singular.
Epafrodito fue un regalo enviado por los filipenses junto con otra dádiva financiera, para sostener el ministerio de Pablo.
El apóstol escribió un poco sobre sus características, y vimos cuánto lo valoró: «mi hermano», «mi colaborador», «mi compañero de luchas»…
Solo quien recibe a una persona como un regalo puede valorar cuánto suman en nuestras vidas.
Yo quiero ser un Epafrodito en la vida de las personas, ¡y también quiero tener la alegría de ver nacer Epafroditos!
Su nombre no es bonito (¡por favor, futuras mamás, no se inspiren en él!), pero lean sobre él y verán la belleza de la fidelidad, del amor, de la fe y de aquellos que son capaces incluso de arriesgar la vida para servir.
Por Núbia Siqueira