Muchas personas llevan consigo mismas un rótulo o etiqueta. Por ejemplo, piensan que, por nacer en una familia pobre, siempre serán pobres, pero no es así. De acuerdo con lo enseñado por el obispo Franklin durante el Santo Culto del domingo pasado, «por más rótulos que nos pongan, somos nosotros quienes decidimos quiénes seremos. Dios nos dio el libre albedrío para decidir, pero algunos no saben cómo usarlo para su bien», comentó. Asimismo, la fe es algo individual: aunque en la iglesia nos reunimos de manera colectiva, cada quien tiene una fe por la que será bendecido; una muestra de eso es la mujer con el flujo de sangre (Lucas 8:43). Ella fue la única que recibió un milagro de entre la multitud. ¿Por qué no todos se sanaron? Porque la fe es personal, es una decisión.
La Biblia relata la historia de un rey llamado Ezequías, quien tuvo un padre (Acaz) que hizo lo malo ante Dios: «Y en el tiempo de su angustia este rey Acaz fue aún más infiel al Señor. Sacrificaba a los dioses de Damasco que lo habían derrotado, y decía: Por cuanto los dioses de los reyes de Aram los ayudaron, sacrificaré a ellos para que me ayuden. Pero ellos fueron su ruina y la de todo Israel.» (2 Crónicas 28:22).
Al tener un padre idólatra, tal vez Ezequías también sería conocido como idólatra, pues creció en ese ambiente. «Es posible que, si usted creció viendo el alcoholismo, violencia, miseria, golpes, y hoy tiene su propia familia, esté haciendo lo mismo. A lo mejor dice: “es culpa de mis padres”. Pero no, aunque no puede elegir la familia en la que nació, puede elegir la vida que quiere tener», explicó el obispo.
Incluso, surge la pregunta: «¿Por qué dentro de mi casa había violencia, malos tratos, vicios?», porque faltaba la presencia de Dios en ese hogar y el diablo hacía lo que quería.
Esa es la raíz del problema; no es porque no hubo educación ni por su origen. La falta del Señor Jesús es la que ocasiona la desgracia, pues el hecho de hacer cosas que abominables ante Él, nos aleja.
En cambio, cuando nos acercamos a Dios por decisión, la vida cambia, el diablo no puede tocar a una persona que es santa. ¿Y qué es ser santo? El apóstol Pedro, en una ocasión dijo: «sino que así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir.» (1 Pedro 1:15). De acuerdo con el obispo, la palabra santo se refiere a alguien separado, no se refiere a ser perfecto, pues solo Dios es perfecto, pero nosotros podemos ser santos para Dios cuando nos separamos de todo lo que va contra Su Palabra.
«Siendo así, pasamos a ser un santuario para Dios, un lugar en donde Él puede habitar. Y si somos santos en nuestra manera de vivir, el mal no puede tocar nuestra vida. Por ejemplo, el lugar más santo de la iglesia es el Altar, es donde el Señor Dios ministra, el Altar es separado para Dios; es decir, la iglesia tiene una estructura todo mundo puede estar y sentarse, pero el Altar es diferente, no cualquiera puede venir aquí, porque es santo, es un lugar separado, Dios no acepta que vengamos a profanarlo», explicó.
Quitando la inmundicia
«Ezequías comenzó a reinar cuando tenía veinticinco años, y reinó veintinueve años en Jerusalén. El nombre de su madre era Abías, hija de Zacarías.» (2 Crónicas 29:1).
La madre de Ezequías le enseñó a tener temor de Dios, pues «hizo lo recto ante los ojos del Señor […]. En el primer año de su reinado, en el mes primero, abrió las puertas de la casa del Señor y las reparó.» (2 Crónicas 29:2-3).
La primera cosa que Ezequías hizo tras asumir un reino en ruinas fue abrir las puertas de la casa del Señor, pues entendió que lo que salvaría a Israel no era tener un buen ejército ni un buen plan económico, sino traer a Dios de regreso a ellos. Ezequías decidió no ser igual a su padre, no tener esa etiqueta, él decidió que no bastaba tener un pensamiento positivo o esforzarse, sino tener la presencia del Dios de Israel. «Hizo venir a los sacerdotes y levitas […] les dijo: oídme levitas. Santificaos ahora, y santificad la casa del Señor, Dios de vuestros padres, y sacad lo inmundo del lugar santo.» (2 Crónicas 29:4-5).
«De la misma forma, si quiere que Jesús entre a su vida, tiene que sacar lo inmundo. Es como cuando usted va a habitar una casa, primero realiza una limpieza profunda y con Dios no es distinto. Es uno quien decide limpiarse del pecado, el error, la mentira y comenzar a santificar su vida para que Él pueda entrar.
«Porque nuestros padres han sido infieles y han hecho lo malo ante los ojos del Señor nuestro Dios, le han abandonado, han apartado sus rostros de la morada del Señor y le han dado las espaldas. También han cerrado las puertas del pórtico y han apagado las lámparas, no han quemado incienso, ni ofrecido holocaustos en el lugar Santo al Dios de Israel.» (2 Crónicas 29:6-7).
Muchos piensan que Dios los abandonó, pero en realidad fueron ellos los que no buscaron a Dios y, ahora, cosechan los frutos de sus acciones. Ezequías entendió eso y dijo: «ahora he decidido en mi corazón hacer un pacto con el Señor Dios de Israel para que el ardor de su ira se aparte de nosotros.» (2 Crónicas 29:10).
«Lo cierto es que a Dios no le interesa su pasado, Él no mira hacia atrás. Lo que sucede es que satanás coloca en la mente pensamientos negativos: “lo que hiciste no tiene perdón”, “no tienes remedio” o “ni Dios te va a perdonar”. No obstante, si decide hacer un pacto con Dios, darle toda su vida, santificarse para Él, puede ser transformado. Dios no miró hacia el pasado de Ezequías, pues él mismo tomó la decisión de llevar al pueblo a reconciliarse con Dios. Así, usted es quien decide su futuro. No hay vuelta atrás… Lo que puede hacer es decir: “de aquí en adelante voy a hacer lo correcto, voy a obedecer Su Palabra, mi vida estará en ese Altar, me santificaré para Dios”. Si usted hace esto, tendrá una nueva vida», finalizó el obispo.
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