¿Por qué algunos avanzan en la vida espiritual y otros, aun llevando años asistiendo a la iglesia, siguen estancados? La respuesta está en la rendición total del alma. Durante el Santo Culto del domingo 30 de noviembre, el obispo Franklin Sanches explicó con claridad que la diferencia está en quién gobierna por dentro: si nuestra propia voluntad o la voluntad de Dios.
A través del ejemplo de Jesús en el Jardín de Getsemaní, el obispo enseñó que el verdadero hijo de Dios se sujeta al Padre incluso cuando eso significa contrariar los propios deseos. En el Jardín del Edén, el ser humano eligió su propia voluntad en medio de la abundancia. Pero en Getsemaní, en el jardín del dolor, Jesús sudó gotas de sangre y aun así optó por hacer la voluntad divina, diciendo en oración: «No se haga Mi voluntad, sino la Tuya»(Lucas 22:42).
Él nos enseñó que la verdadera entrega comienza en el alma. Antes de ofrecer Su cuerpo en la cruz, Jesús entregó Su querer en el Altar del Getsemaní.
Cuando Jesús dijo que el Reino de Dios es tomado por violencia (Mateo 11:12), no hablaba de una violencia contra otros, sino de la lucha interna necesaria para renunciar a los impulsos, pasiones e inclinaciones del alma, permitiendo que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios, que es buena, aceptable y perfecta (Romanos 12:2).
El obispo explicó que ese es el verdadero culto racional del que habla la Biblia:
«Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional.» (Romanos 12:1).
Presentar el cuerpo en el Altar significa ofrecer el alma con todo lo que contiene: deseos, decisiones, sueños y hábitos. No es un acto emocional, sino una decisión consciente e inteligente. Cuando el alma se rinde, el cuerpo obedece; las actitudes cambian, las prioridades cambian y la vida se transforma, no por esfuerzo humano, sino por la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros.
Sin embargo, el obispo advirtió que hay quienes han conquistado bendiciones materiales e incluso han visto respuestas de su fe, pero aún no recibieron el Espíritu Santo porque guardan reservas: no perdonan, mantienen rencores o temen desagradar a otros. «La terquedad humana insiste en creer que la propia voluntad es mejor, cuando en realidad esa es la herencia del primer Adán: desobediencia y rebeldía», explicó.
Pero quien asume la fe en el segundo Adán —Jesucristo—, aprende a decir como Él: «no se haga mi voluntad», y entonces comienza a experimentar la verdadera vida con Dios.
El obispo recordó lo que declaró Job tras su gran prueba:
«Yo sé que Tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito Tuyo puede ser estorbado.» (Job 42:2).
Quien entrega su alma por completo al Señor —sin condiciones, sin negociar con Él— comienza a ver que los planes de Dios se cumplen sin impedimentos. Y cuando la persona se entrega totalmente a Dios, la primera obra que Él hace es darle el Espíritu Santo. Y cuando el Espíritu Santo pasa a habitar dentro de ella, comienza a guiar sus decisiones, iluminar su entendimiento, darle sabiduría y fortalecerla en medio de las luchas. Él abre caminos donde antes no los había, trae prosperidad, transforma vidas y alcanza a la familia: al esposo, a la esposa, a los hijos. Todo cambia porque el propio Dios empieza a vivir dentro de la persona.
La plenitud de la voluntad de Dios solo se manifiesta donde la voluntad humana muere. El Altar solo acepta un sacrificio: el alma enteramente entregada. Y cuando la persona decide sinceramente decirle a Dios: «Que se haga Tu voluntad y no la mía», inicia una nueva historia, guiada por el Espíritu Santo.
Hoy es una oportunidad para tomar esa decisión. Allí comienza el verdadero milagro.

