¿Por qué ellos tienen lo que yo no tengo?

Areli Pineda Barajas
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«¿De qué me sirve ser fiel si otros, sin buscar a Dios, prosperan más que yo?».

Esa pregunta silenciosa, que muchos no se atreven a formular en voz alta, fue el punto de partida del mensaje que el obispo Franklin Sanches compartió el pasado domingo 27 de julio en el Santo Culto. A través del Salmo 73, expuso un conflicto espiritual que puede atacar incluso al más firme creyente: la envidia disfrazada de comparación.

«Asaf era un hombre de Dios, ungido, pero comenzó a mirar la vida de los demás», explicó el obispo. «Él dijo: “En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos.” (Salmo 73:2-3)».

La enseñanza dejó claro que el verdadero peligro no es la dificultad externa, sino el desvío interno: dejar de mirar a Jesús y empezar a mirar lo que tienen los demás. El obispo advirtió que eso puede llevar a cuestionar la propia fe, caer en desánimo e incluso abandonar la presencia de Dios.

«No conseguimos ver lo que está por detrás. Vemos la vida del artista, del famoso, del que parece tenerlo todo… pero no sabemos el vacío, la angustia ni el final de esas personas», afirmó.

Fue justamente lo que entendió Asaf cuando entró en el santuario de Dios:

«Cuando pensaba, tratando de entender esto, fue difícil para mí, hasta que entré en el santuario de Dios; entonces comprendí el fin de ellos.» (Salmo 73:16-17).

El obispo destacó que esa fue la clave del cambio: volver a la presencia de Dios, al lugar donde la verdad eterna se revela.

Para reforzar esa visión, citó también lo que dijo el apóstol Pablo:

«Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima.» (1 Corintios 15:19).

La salvación, explicó el obispo Franklin, no es una herramienta para obtener una mejor vida terrenal, sino el rescate del alma para la eternidad. «Jesús no murió para resolvernos problemas. Murió para librarnos del tormento eterno. El cuerpo es polvo y volverá al polvo. Pero el alma es eterna», aseguró.

Y leyó Apocalipsis 20:10-15, un pasaje que describe con claridad el juicio final:

«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida, y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que estaban en él, y la Muerte y el Hades entregaron a los muertos que estaban en ellos; y fueron juzgados, cada uno según sus obras. Y la Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda: el lago de fuego. Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego».

«Todo lo que pensamos, decimos o hacemos está siendo registrado. La persona puede pensar que nadie la ve… pero se olvida de mirar hacia arriba. Porque Dios lo ve todo. Todo está siendo escrito en libros. Y si su nombre no está en el Libro de la Vida, su alma será lanzada al lago de fuego», advirtió.

Sin embargo, también habló de esperanza: «Aquel que se arrepiente, que entrega su alma a Jesús, que es lavado por Su sangre, ese cuando sea juzgado no tendrá nada escrito en su contra. Solo se verá la mancha de la sangre del Cordero».

Por eso, destacó: «No viva como si esta vida fuera lo único que existe. Viva hoy como si Jesús volviera mañana».

Y concluyó con un llamado directo: «Tal vez usted no obtuvo todo lo que deseaba, pero si se mantiene firme, fiel, su nombre estará en el Libro de la Vida. Y eso es lo único que realmente importa. Porque el alma no muere, y Dios le ha dado el derecho de elegir dónde pasará esa eternidad».

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