Lo único que vale la pena cuidar en esta vida

Areli Pineda Barajas
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La vida no consiste en los bienes o logros que alcanzamos, sino en cuidar lo único verdaderamente valioso y eterno que poseemos: nuestra alma.

Este fue precisamente el mensaje con el que el obispo Franklin Sanches dio inicio al Santo Culto del pasado domingo 10 de agosto, al leer el siguiente pasaje bíblico:

«Uno de la multitud le dijo: Maestro, dile a mi hermano que divida la herencia conmigo. Pero Él le dijo: ¡Hombre! ¿Quién me ha puesto por juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Estad atentos y guardaos de toda forma de avaricia; porque aun cuando alguien tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes.» (Lucas 12:13-15)

La lección de un antiguo rey

Para ilustrar este mensaje, el obispo relató una historia atribuida a la tradición histórica sobre los últimos tres deseos de un antiguo rey. Antes de morir, el monarca dijo:

  1. Que los médicos que lo atendieron cargaran su ataúd, para mostrar que la medicina no tiene poder sobre la vida.
  2. Que sus brazos quedaran fuera del ataúd, para demostrar que nadie se lleva nada de lo que conquista.
  3. Que sus riquezas fueran esparcidas en el camino hacia su sepultura, para recordar que todo se queda aquí.

El obispo explicó que, para el mundo, el valor de una persona se mide por lo que posee; pero, para Dios, lo más valioso es el alma.

«No son sus hijos, no es su familia, no es su empresa, no son los bienes que ha obtenido lo que tiene valor, pues todo eso pasa. Nuestro cuerpo envejece y se deteriora, pero el alma no muere. Cuando ella salga de nuestro cuerpo, ninguna conquista material garantizará nuestra eternidad», afirmó.

El verdadero motivo para buscar a Dios

El obispo aclaró que esto no significa que esté mal prosperar, tener salud o construir una familia —al fin y al cabo, el Señor Jesús prometió esas bendiciones—, pero esa no debe ser la razón principal para buscarlo, sino porque Él es el Salvador de nuestra alma.

Para reforzar este punto, leyó la parábola del hombre rico:

«La tierra de cierto hombre rico había producido mucho. Y pensaba: “¿Qué haré, ya que no tengo dónde almacenar mis cosechas?”. Dijo: “Derribaré mis graneros y edificaré otros más grandes; allí guardaré todo mi grano y mis bienes. Y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?”. Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios.» (Lucas 12:16-20).

El obispo comentó que el ser humano lucha y trabaja pensando que la abundancia traerá descanso al alma, pero la realidad es diferente: «Entre más rica es la persona, más inquieta vive. Tiene dinero, pero no descanso para el alma. Vive preocupada por ser robada, desconfía de todos; no hay paz».

Esa falta de paz no se resuelve acumulando más bienes ni logrando más conquistas. Solo hay un camino para que el alma encuentre verdadero descanso: vivir en comunión con Dios.

«La persona que está lejos de Él puede tener amigos, bienes y placeres, pero seguirá sin paz. Aunque diga que tiene bienes para muchos años, ¿Quién puede garantizarlo? La vida es un soplo. Por eso no vale la pena arriesgar el alma por nada ni por nadie», dijo.

Nuestra alma es tan valiosa que Jesús vino a este mundo para salvarla. Él murió en la cruz por causa de ella, solo para rescatarla de la condenación eterna.

Y precisamente por ese valor incalculable, el obispo recordó que la verdadera riqueza no se mide en bienes materiales, sino en la certeza de la salvación:

«Tal vez usted no haya ganado grandes sumas de dinero, pero si obtuvo la salvación de su alma, no se preocupe: en el cielo caminará por calles de oro, vestirá de lino fino y se sentará a la mesa del Señor como hijo del Rey. Si lucha por la salvación de su alma, tendrá paz; y, si hay tiempo, conquistará también lo demás: prosperidad, familia, salud. Pero lo primero siempre debe ser el cuidado del alma», finalizó.

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