Lo sagrado… ¿siempre se respeta?

Departamento Web 2
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En una ocasión, David dijo: «¿Qué daré al Señor por todos Sus beneficios para conmigo?». (Salmo 116:12). Esa es una pregunta interesante, pues ¿qué es lo que Dios más quiere de nosotros? Durante el Santo Culto del pasado 3 de noviembre, el obispo Franklin explicó que Dios anhela nuestra alma; para Él es tan valiosa, que envió a Jesús, para dar Su alma a cambio de la nuestra. Cuando uno entiende eso, y decide entregarle su alma a Jesús, entonces Él también nos da lo más valioso que tiene, Su Espíritu Santo.

La razón por la que muchos aún no Lo reciben, es porque no Le han dado su alma.  «Tal vez Le han dado su cuerpo, es decir, solo van a la iglesia a participar en una reunión», comentó. En cambio, darle el alma es obedecerlo y reverenciarlo. Porque el cuerpo será desechado; como lo hemos dicho antes, la muerte significa separación.

Cuando Jesús estaba en el Getsemaní, oró: «Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa» (Mateo 26:39). Muchos malinterpretan ese versículo diciendo que Jesús no quería ir a la cruz, que quería desistir, no obstante, eso es mentira. Cuando lo dijo, se refería a: «Si es posible, que Yo no me separe de Ti», porque sabía que estando en la cruz moriría llevando los pecados y la maldición de la humanidad.

Ahora bien, para los que estamos en Cristo no hay muerte, ya que al fallecer, el cuerpo se queda y el espíritu (intelecto) vuelve a Dios, y nuestra alma vive con Él eternamente. Y quien decide el destino del alma es uno mismo.

En Mateo 25:31-33 dice: «Pero cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces Él se sentará en el trono de Su gloria; y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a Su derecha y los cabritos a la izquierda.». Esto se refiere a que la persona puede haber rechazado a Jesús, maldecido y hasta cuestionado Su existencia, pero un día todos (ricos, pobres, de cualquier nacionalidad o raza) van a comparecer delante de Su trono. El obispo también explicó la distinción entre la oveja y el cabrito; «la primera es dócil, por eso sigue a su pastor, mientras que el segundo es rebelde, no obedece a nadie».

Asimismo, el Espíritu Santo anunció, por medio del profeta Ezequiel lo siguiente: «Todas las almas son Mías; tanto el alma del padre como el alma del hijo, Mías son. El alma que peque, esa morirá.» (Ezequiel 18:4). Y ¿por qué morirá? Esa muerte es la separación de Dios, es decir, vivirá lejos de Él por toda la eternidad, así como el diablo y sus demonios, todos estarán ahí.

«Entonces, en ese momento, todas las almas que vivieron durante toda la historia de la humanidad, desde Adán hasta nuestros días, van a estar delante del trono de Dios, y Él va a separar como aparta las ovejas de los cabritos», ahí va a comenzar el juicio eterno.

En el siguiente versículo leemos que: «Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el Reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo», mientras que en el versículo 41 dice: «Entonces dirá también a los de Su izquierda: Apártense de Mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles».

El Reino de Dios fue creado para los que son fieles Su Palabra, pero el infierno es para los que niegan a Jesús; en realidad, Dios nos creó el infierno para el ser humano, sino para el diablo, pero las almas rebeldes son las que se irán a ese lugar. Hay quienes creen que, al morir, ya no hay nada, no obstante, cuando acaba la vida terrenal comienza la eternidad.

«Entonces, volvemos al inicio, «¿Qué daré al Señor por todos Sus beneficios para conmigo?». Él quiere que usted le entregue su alma. Cuando lo haga, comenzará a disfrutar del Reino de Dios en esta vida. Puede que, durante su jornada en la Tierra, surjan problemas y situaciones difíciles, por ejemplo, pérdidas de seres queridos, enfermedades, etc., pero su alma estará en paz porque se la dio a Él.

David termina esa parte diciendo: «Alzaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor». Lo más sagrado que uno puede tener, después de Dios, es la salvación. Sin embargo, muchas personas no respetan lo sagrado, y terminan colocando otras cosas como su trabajo, el dinero y a sus seres queridos por encima de ella.

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