Las palabras que pronunciamos tienen el poder de definir nuestro camino en este mundo. Aunque ya se ha enseñado mucho sobre la capacidad del habla, que nos ayuda o estorba, no son pocos los que ignoran eso y se perjudican dejando su lengua suelta para proferir maldiciones sobre sí mismos y sobre las personas a su alrededor.
Noto esa enseñanza incluso en el propio Dios, cuando cambiaba el nombre de las personas que usaría en Sus propósitos. Él hacía eso con el fin de señalar la construcción de una nueva identidad y el recibimiento de una misión dada por Él.
Por ejemplo, el nombre Abram significa “padre enaltecido”, pero el Altísimo lo cambió a Abraham, que quiere decir “padre de multitudes, de naciones”. Saraí, su mujer, tenía un nombre asociado a la esterilidad. Sin embargo, fue llamada por el Todopoderoso como Sara, la “fértil”.
También sucedió con Jacob, que significa “el que toma por el calcañar, o el que suplanta”, y fue cambiado a Israel, que quiere decir “príncipe de Dios, vencedor”.
El propio Señor Jesús cambió inmediatamente el nombre de Pedro, cuando este fue llevado a Él por su hermano Andrés.
El Salvador atribuyó a aquel pescador voluble, inestable, débil y cobarde el nombre de Cefas, palabra aramea que significa “piedra”. Exactamente lo opuesto que Pedro era.
Pero esa era una declaración de fe del Señor Jesús con respecto a lo que el hombre futuramente se transformaría.
Con esto, Él determinaba que Su discípulo se volvería firme y fuerte, una verdadera columna para la Iglesia Primitiva.
¡Imagine cuántos errores, que denotaban debilidad, impulsividad e inestabilidad, cometió Pedro durante los tres años lado al laco con el Señor Jesús! Ni así el Mesías desistió de llamarlo de “piedra”. Es decir, nuestro Maestro nos dio el ejemplo de que las palabras aliadas con la fe pueden determinar que las personas, circunstancias y lugares se alteren.
También cabe recordar que no se trata de una creencia en el pensamiento positivo, fruto de los movimientos filosóficos del siglo XIX, conocido como Positivismo, en el cual para el hombre es suficiente creer en sí mismo y pensar qué es bueno para que su vida sea un éxito. Estamos hablando de la fe en Dios, vinculada a la confesión de esta creencia. Es decir, porque yo creo en Él, yo determino, profeso y espero el cumplimiento de Su Palabra.
“La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21).