Donde hay arrepentimiento, no hay maldición

Carlos Daniel Fermin Cruz
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«Todo el sufrimiento del ser humano es consecuencia del pecado», refirió el obispo Franklin Sanches durante el Santo Culto del pasado domingo 3 de agosto. Este es un tema que muchos ignoran o minimizan, pero que marca la raíz de la miseria espiritual: la maldición del pecado.

Comparando, el obispo explicó que hay enfermedades hereditarias que pueden curarse. Pero existe una «enfermedad» más grave, más antigua y destructiva que cualquier otra: la naturaleza pecaminosa heredada desde Adán.

«Aunque usted no haya cometido el mismo pecado de Adán, ya llevamos en nosotros el ADN del pecado. El ser humano ya nace con la tendencia al pecado», destacó.

Nadie enseña a pecar, pero todos lo hacen

Ilustrando con la conducta natural de los niños, el obispo mostró cómo incluso sin instrucción previa, un niño puede mentir, ser envidioso o reaccionar con violencia: «¿Quién enseña a un niño a mentir? ¿A ser envidioso? ¿A golpear a su madre cuando lo reprende? Nadie. Es la naturaleza del pecado que ya está en la raíz del ser humano».

Dicho estado interior no solo se manifiesta en actos visibles, sino que define la distancia espiritual entre el ser humano y Dios. Y esa distancia, explicó, es la verdadera causa de la infelicidad: «Nuestros pecados hacen separación entre nosotros y nuestro Dios y la distancia de Dios es la raíz del sufrimiento».

 

El pecado es decisión

Contrario a la idea de que pecar es fruto de una debilidad, el obispo enfatizó que es una elección: «Si yo peco, es porque yo quiero hacerlo. El diablo puede sugerir, pero no puede obligar. El pecado es una decisión».

La Biblia describe claramente que Adán decidió escuchar otra voz en lugar de obedecer a Dios, y esa elección trajo consecuencias que aún persisten en la humanidad: «Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: “No comerás de él”, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida» (Génesis 3:17).

El obispo explicó que esa fue la primera maldición, y que desde entonces el mundo ha estado marcado por el esfuerzo sin frutos, la miseria, la ruptura familiar y el dolor.

«La persona trabaja, trabaja, trabaja… y el dinero no le rinde. ¿Por qué? Porque la maldición del pecado está ahí».

Sin embargo, existe una decisión que puede revertir esa condición: reconocer lo que Jesús hizo en la cruz. Con base en Gálatas 3:13, el obispo explicó que el Señor Jesús «nos redimió de la maldición de la ley», haciéndose maldición en lugar nuestro: «El problema más grave del ser humano es el pecado, y Jesús vino a resolver eso», enfatizó.

Este sacrificio abrió un camino de regreso hacia Dios, pero solo es eficaz cuando hay un arrepentimiento genuino.

Pero arrepentimiento no es lo mismo que el remordimiento: «Remordimiento es cuando siento pesar, puedo hasta llorar, pero vuelvo a cometer el mismo error. El arrepentimiento, en cambio, produce dentro de mí un cambio de mente. Cuando hay arrepentimiento, paso a odiar el pecado, a sentir asco del pecado»

En ese proceso, el bautismo en las aguas juega un papel esencial: no como un ritual religioso, sino como un acto consciente de sepultar el pasado. «El bautismo en las aguas es borrón y cuenta nueva. El bautismo es sepultar mi vida pasada. Es para el que está arrepentido de sus pecados. Sin embargo, el que se bautiza por rutina, sin arrepentimiento, vuelve a lo mismo», dijo.

Pero, si tras el bautismo en las aguas no ocurre el bautismo con el Espíritu Santo, significa que el arrepentimiento no fue genuino.

Para concluir, el obispo llevó a la reflexión sobre la eternidad, citando Apocalipsis 22, donde se describe la restauración completa de la comunión con Dios: «Esa maldición que comenzó en el Edén, termina en Cristo. Y el que se entrega a Él vuelve a tener acceso al árbol de la vida […]. Por eso Jesús lo trajo aquí para darle una oportunidad. Usted puede reconstruir su vida, por peor que esté. Pero eso depende de su decisión».

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