Depresión infantil: cuando el deseo de desaparecer suple las ganas de jugar

Departamento Web
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Padres ausentes, una de las principales causas

En la ciudad de Puebla, una noticia cons­ternó a los ciudadanos: un niño de 11 años de edad se quitó la vida. Pese a que el menor es recordado como un niño «acomedido», vecinos reportaron a las autoridades que el menor vivía bajo la sombra de la depresión porque su mamá estaba distanciada de él. La mujer se ha­bía ido a vivir con un hombre a otra locali­dad, dejando al menor bajo el cuidado de sus abuelos.

Por increíble que parezca, los niños también han sido alcanzados por este problema de salud mundial: la depresión. El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) afirma que cinco de cada 10 niños sufren este mal.

El IMSS señala que el alejamiento de los padres y el uso prolongado de internet son algunas de las causas de que niños de tan corta edad padezcan este problema. Esa escasa o nula convivencia, ya sea por cuestiones laborales o personales, hace que los niños pasen muchas horas en el mundo virtual, alterando así su percep­ción de la belleza y de la vida misma, repi­tiendo conductas que ven, provocándoles problemas emocionales que podrían te­ner un fin trágico.

Ante esto, el IMSS exhorta a los padres a pasar más tiempo con sus hijos y fomen­tar la buena comunicación con ellos.

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Conductas de un niño depresivo:

  • Llora mucho o suele molestarse con mucha facilidad
  • Prefiere dormir en vez de salir a jugar o abandona sus actividades favoritas
  • Suele enfermarse muy seguido
  • Come muy poco o mucho
  • Pérdida de confianza; se convierte en un niño más dependiente o temeroso
  • Falta de concentración
  • Intentos de autolesionarse

Ante la presencia de uno o varios de estos síntomas, el IMSS recomienda buscar ayuda.

«A los seis años, tuve mi primer cuadro depresivo»

«Tuve dos cuadros de depresión se­veros. El primero fue cuando tenía seis años, puesto que siempre me tocaba estar presente cuando mis padres discu­tían, ¡el momento más difícil fue cuando decidieron separarse y dejé de ver a mi papá! Todo el tiempo me la pasaba llo­rando, no quería ir a la escuela o, cuando lo hacía, me costaba mucho integrarme con mis compañeros, me hacían burla.

Mi abuela vio el programa de la Uni­versal, acudió a las reuniones y, después de un tiempo, me pidió que la acompa­ñara. A tan corta edad, surgieron cam­bios en mí, pues encontré la felicidad que me faltaba. Sin embargo, con el tiempo, dejé que mi relación con Dios se enfriara; por eso, cuando llegué a la adolescencia, sufrí mi segundo episodio depresivo.

A través de amigos y salidas a fiestas, buscaba sentirme bien, pero eso em­peoró todo. Tiempo después, por una decepción amorosa, perdí las fuerzas que me quedaban: no comía, inventaba excusas para no ir a trabajar, solo quería quedarme en mi cama y dormir mucho, perdí peso… De tan mal que me sentía, deseaba sufrir un accidente para acabar con tanto dolor.

¿Habría alguna esperanza para mí? Sí, Dios. Él fue Quien me salvó de cometer una locura. Volví a buscar a Dios, le en­tregué mi vida por completo y el Espíritu Santo eliminó cualquier sentimiento de tristeza. Hoy soy una persona feliz, ya que Él me da la fuerza que necesito para enfrentar las dificultades diarias, pues en mi interior escucho su voz, diciéndome: “Yo estoy contigo”.

La relación con mi familia es buena y, aunque parezca increíble, mis padres es­tán juntos nuevamente. Ese fue un mila­gro que solo el Señor Jesús pudo hacer. ¡Él es especialista en hacernos felices!» -Sebastian Lugo

(*) La asistencia espiritual no sustituye los cuidados médicos. Será el tipo de trastorno, su origen y el modo de ser de la persona los que configurarán la manera de orientar, en cada caso.

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