¿Cómo tener amor propio y nunca más compararte?

Departamento Web 2
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Hay algo muy curioso e interesante sobre el ser humano: cada uno de nosotros fuimos creados únicos y singulares. A pesar de eso, la mayoría de los seres humanos carga una polémica personal y controversial en su interior: la de compararse.

Es natural que mires a una persona y te compares con ella. Comparas el cabello, los ojos, la altura, la piel, la inteligencia y otras cosas. Te comparas por arriba y te comparas por abajo. Pero, a pesar de ser algo común, compararse no es algo útil. Es como si tomaras una naranja y la compararas con una manzana. La única semejanza entre las dos es que ambas son frutas. El resto es totalmente diferente.

Entonces, la próxima vez que un pensamiento de comparación surja en tu mente, actúa conforme a las siguientes dos revelaciones…

La primera es que tienes que enfocarte en ti y maximizar lo que tienes. Y la segunda la puedes encontrar en 1 Corintios 7:23: «Ustedes fueron comprados por precio. No se hagan esclavos de los hombres». Eso significa que tu valor no está en lo que las personas creen de ti, porque ya fuiste comprado a buen precio. Dios te considera tan valioso que Él pagó por ti con la vida de Su Único Hijo: el Señor Jesús, y Lo hizo morir y derramar Su sangre en la cruz. Este fue el buen precio que fue pagado para que pertenezcas a Dios y, consecuentemente, ese es tu valor.

Entonces, ¿cómo es que puedes aumentar tu precio o disminuirlo? ¡No! Tu precio ya está fijo, ya fue determinado.

Cuando tienes esa conciencia de que fuiste comprado, adquirido por Dios por el hecho de que el Señor Jesús ya ha pagado por ti, entonces, ya no estarás cuestionando más tu valor y aceptas que eres de Él. Es claro que, lamentablemente, Dios pagó el precio para todos los seres humanos para Él. Y no es porque Él no quiera. Él ya pagó por ti, pero tú, a su vez, ¿ya Le entregaste tu vida? ¿Él ya recibió lo que compró? Dios paga, pero no se lleva la vida de muchas personas, porque existe aquella persona que se rehúsa a dársela. Ella, sin pensar, se rehúsa a entregársela a Aquel que ya pagó el precio más alto por ella y termina entregándose por cualquier moneda, por cualquier cosa.

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