Le agradezco a Dios por la mamá que me dio. Que me enseñó a ser una mujer y una esposa.
Que, con su ejemplo en casa, me mostró lo que es servir a Dios y pertenecer a Su Reino.
Que fue tan presente y que, incluso en lo poco, nunca nos faltó nada.
En la sencillez, tuvimos una infancia rica en afecto, fe, risas y raíces.
¡Gracias, Dios mío, por el regalo que es mi madre!
También puedes ver: ¿Qué es ser una mujer de Dios?