Desde nuestra niñez, somos llenados de ideas negativas que asumimos como un hecho. Por mencionar algunas: «árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza» o «mejor pájaro en mano que ciento volando». Las personas comienzan a creer que esas son verdades, por ejemplo: si nacieron pobres, morirán pobres; si tienen problemas de adicciones, creen que nunca van a salir de eso. También es el caso de las madres que están acostumbradas a la idea de que sus hijos son rebeldes por la edad; o bien, el de la esposa que creció viendo a su padre engañando a su mamá y, al ver que su marido hace lo mismo, entonces, piensa que pasa lo mismo con todos los demás.
Pero cambiar de verdad y vencer esas ideas por medio de nuestras propias fuerzas no es posible. Según explicó el obispo Franklin Sanches en el Santo Culto del pasado domingo 16 de julio, las personas no cambian por sí solas debido a su naturaleza pecaminosa, todos la recibimos al nacer por el pecado de Adán.
En tal caso, ¿qué puede transformar a una persona de verdad?
«Entonces os rociaré con agua limpia y quedaréis limpios; de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.» (Ezequiel 36:25-26).
«No cambiará su mal genio, su mal carácter, su nerviosismo, su forma de ser si no es por obra del Espíritu Santo en usted. Sin Él, nadie lo consigue, por más que la persona lo intente. Y es por eso que Dios promete el mayor de los milagros: el milagro del nuevo nacimiento. Él le da a la persona la oportunidad de recomenzar su vida, sin importar cuán destruida esté […]. El agua limpia no es el agua física, tampoco es el agua del bautismo, sino la Palabra de Dios. Cuando la Palabra entra en la mente de la persona, lava y cambia sus pensamientos. Por eso, cuando tenemos conocimiento de la Palabra de Dios, ella nos comienza a mostrar la Verdad que realmente nos hace libres […] y nos va mostrando una vida completamente diferente de la que creíamos que nos había tocado vivir», explicó.
Y no solo eso, la obra del Espíritu Santo va mucho más allá, también nos da un corazón nuevo. Solo Él puede quitar el corazón resentido, rencoroso, triste, lastimado, herido y vacío, para colocar un corazón lleno de paz y amor, que es capaz de perdonar. «Ese corazón nuevo está preparado para ser la morada del Espíritu Santo. Y cuando Él entra en su interior, entonces, querrá agradarle, obedecerlo y, como consecuencia, vienen los resultados de esa entrega», añadió.
¿Qué sucede después de recibir el Espíritu Santo?
«Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; y seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios. Os libraré de todas vuestras inmundicias; llamaré al trigo y lo multiplicaré, y no traeré hambre sobre vosotros.» (Ezequiel 36:28-29).
«Después de que hubo esa entrega, Dios llama el trigo. El trigo representa la prosperidad, es decir, Dios trae la abundancia. No necesita desesperarse porque le Él abrirá las puertas, bendecirá su negocio, hará que sus contratos se firmen, hará todo. Él no le quiere ver en la miseria, sino en la prosperidad. Él es el Padre y, una vez que se entrega a Dios, usted pasa a ser Su hijo y, por lo tanto, pasa a tener derecho a todo lo que es de Él.
Si quiere cambiar su vida material o familiar, cambie primero su vida espiritual. Nosotros insistimos en este asunto porque no queremos un paliativo usted, sino la transformación de su vida, pero esta comienza con el nuevo nacimiento, el nuevo corazón que el Espíritu Santo quiere darle», finalizó.
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